miércoles, 14 de mayo de 2008

VIII: Mí Cámara

El viaje por carretera duró varias semanas condensadas en unas pocas horas. El joven y Armando recogieron las fotos en el apartamento de Saúl. Él le pidió a su padre que esperara en el carro, mientras armó, velozmente, un portafolio improvisado con las fotografías que encontró.
Las horas sucesivas transcurrieron en un tedio absoluto. Saúl no se despegó del visor; todo el tiempo barrió el paisaje de la vía Cali-Palmira con el lente de la cámara. Incluso en los largos trayectos en los que no tomó ni una foto. Armando siempre miró al frente, sin ver lo que hacía su hijo. La quietud del viaje llegó a su fin cuando el padre se detuvo en un restaurante en la carretera, se dirigió a su hijo y le dijo: “vamos a almorzar”.

- Y este Don Dilinger, ¿a qué se dedica? – .
- Tiene una fábrica de medias, creo, pero le interesa mucho el arte y esas cosas-dice Saúl mientras come una mazorca.
- ¿Medias? je, no pensé que fuera a vender sus fotos tan pronto, Saúl. Lo felicito-.
El joven sigue comiendo y centra su atención en el plato. Armando coge la cámara que está sobre la mesa.
- Es mía, ¿sabía?-
- ¿Qué cosa?-
- La cámara. La compré cuando su mamá y yo estábamos de novios. En ese tiempo incluso revelé un par de rollos con un amigo fotógrafo. Su mamá se veía preciosa en esas fotos, por ahí en la casa están-.
- No tenía ni idea. Yo me la encontré guardada en uno de los cajones de la casa-.
- Sí, cuando nos casamos, y con el trajín de la empresa, ya no la volví a usar- dice Armando antes de contestar su celular.
Observando a mi papá cerrar un negocio por teléfono, la incertidumbre me envuelve. Entre todas las imágenes capturadas, ¿hay alguna llena de significado? Y si no la hay, ¿por qué seguir con algo que sólo no puede llegar a ser más que un hobby? Por un instante dudo, y la vida ejecutiva me parece posible.

Debo encontrar a la mujer de la cicatriz .

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