miércoles, 14 de mayo de 2008

IX: Padre e hijo, en el asfalto

Me parece que el tal Don Dilinger se demora demasiado, esta no es manera de hacer negocios. Saúl ni siquiera está pendiente, dejó las fotos para irse a fumar un cigarrillo afuera. Miro las fotos, de las calles de Cali, de algunas mujeres y de objetos cotidianos. No entiendo por qué este señor quiere pagar tanto por ellas. No puedo esperar más, me levanto y le pregunto a la recepcionista cuanto más se va a demorar Don Dilinger.
-¿Don Dilin quién?- responde la mujer de manera cortante.

Salgo por las calles de Palmira, me quito el saco y me arremango la camisa para ahuyentar el calor que hace. A cada paso pienso lo que le voy a decir a Saúl apenas lo vea. Cómo va a ser tan descarado de inventarse todo esto. El desorden en que vive se tiene que acabar. Tengo que pensar en una manera de tenerlo trabajando conmigo en la empresa.

Escucho mucha bulla, al pasar por una cuadra. Un hombre está golpeando a otro con un palo, mientras otros vigilan que nadie venga. Lo primero que veo es la cámara en el suelo. Un poco más cerca, está el sombrero. Mis pensamientos desaparecen y mi atención se dirige al hombre con el palo. Lo tomo por el brazo y lo golpeo. Me paro entre Saúl, que está maltrecho en el piso, y aquellos maleantes.
Con mis puños mantengo a esos muchachos a raya, pero son muchos y me atacan a la vez. Me siento más débil. Intento cubrir a Saúl con mi cuerpo para que los golpes no lo alcancen. Ya no puedo más.

-¡James ya no más!- Grita la chica de la cicatriz, mientras corre hacia él.
Ante la presencia de la chica, James se calma. Ella le quita el palo, al tiempo que lo mira muy disgustada. Los otros muchachos salen corriendo del lugar. La mujer ayuda a Armando a pararse. Saúl no se mueve.
El padre de Saúl se tira al lado de su hijo y le palmotea la cara para hacerlo reaccionar. Luego lo abraza, pidiéndole que despierte. El joven inhala profundamente y luego tose. Después, padre e hijo permanecen, tirados en el asfalto, en una cercanía que los reconforta.
La chica de la cicatriz, con la cámara al hombro y el sombrero en la mano, les muestra el camino hacia su casa. Una casucha de ladrillos roídos y tejas quebradas, que encierra la explicación de todo.

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